Satán
Según el profeta Isaías, en el tercer día de la creación, Yahvé encargó la custodia de toda su creación a su querubín más hermoso, Lucifer o el lucero hijo de la Aurora, llamado así por su deslumbrante resplandor. Se dice que su vestido llevaba esmeraldas, diamantes, berilios zafiros y carbunclos, engarzados en el más fino oro.
Su poder y belleza lo hizo orgulloso en demasía, por lo que intentó "subir por encima de las nubes y de las estrellas para situarse en el monte de la asamblea en lo más recóndito del septentrión" y de esta forma igualarse a Yahvé. Pero éste al observar su ambición lo precipitó desde las alturas hasta la profundidad de la tierra.
En su caída brilló como un meteorito y se convirtió en ceniza, quedando su espíritu revoloteando por la oscuridad del abismo sin fondo, el Seol.
En el nuevo testamento se adorna esta historia haciéndole cabecilla de una rebelión de ángeles, que se enfrentan con los leales a Yahvé capitaneados por Miguel y que son derrotados, dando lugar a Satán (enemigo) y sus demonios, como Samael, a ángeles caídos.