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Los cielos
Los cielos desde las más antiguas civilizaciones se han representados estructurados en capas siguiendo un orden a imagen de la estructuración social de cada una.
En los escritos hebreos los cielos se estructuran en siete, influenciados seguramente por la tradición zoroástrica. El más bajo es el que rodea la tierra donde se producen los meteoros atmosféricos, es decir, la lluvia, el viento y las tormentas. Y en donde doscientos ángeles guardan las aguas superiores, la nieve y la niebla.
El segundo es profundamente oscuro donde vagan las almas en espera de juicio. El tercero contiene el Edén o paraíso donde van a parar los justos, que lo merecen, después del juicio. El cuarto contiene los caminos de los planetas donde se mueven, montados en sus carros, así como los vientos que los empujan.
En el quinto están los ángeles caídos y en el sexto residen siete querubines que, a través de numerosos ángeles gobiernan los mares, ríos, el tiempo, las cosechas y las almas de los hombres. Finalmente en el séptimo está el señor Yaveh rodeado de los arcángeles que realizan sus deseos. Entre ellos, el libro de Henoc, cita a Miguel, Gabriel, Rafael y Fanael.
En la tradición gnóstica, citada por san Irineo, se mencionan los príncipes de los siete cielos: del primero Iao, del segundo Sakan, del tercero Seth, del cuarto Dade, del quinto Elohim, del sexto Ialdaboth y del séptimo Sabaoth. En otros relatos se citan también a otros arcontes.
En tradiciones posteriores las esferas celestes se estructuran en torno a los siete caminos que siguen los planetas: la Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter y Saturno. A los que hay que añadir el de las estrellas fijas, o Urano, y finalmente la residencia de Dios en lo más alto.
Los dioses, en todas las culturas, establecen sus palacios en los cielos desde donde vigila, controlan o ayudan a sus vasallos los humanos. Tanto en occidente por influencia de las ideas judaicas antes comentadas como en el lejano oriente como se muestra en la leyenda del Emperador de Jade.