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Diosa de la guerra

Antes de la aparición de las sociedades patriarcales, la Gran Diosa Madre era no sólo la creadora, sustentadora de la fertilidad, de la vida, y facilitadora de la abundancia, sino también dispensadora de la justicia, ejecutora de los castigos y promotora de la victoria en la guerra. 

La mayoría de estos atributos fueron absorbidos por los dioses masculinos de  las sociedades patriarcales posteriores, pero algunos trascendieron a la dominación masculina y permanecieron en poder de la diosa, aunque en una figura secundaria aunque potente. Así en los pueblos griegos, Atenea pasó a ser la diosa guerrera en cuyo escudo lucía la imagen de la Medusa, su dragón acompañante.

En los pueblos semitas la diosa de la guerra es Ishtar, asimilada de la antigua Inanna de los sumerios, diosa del amor y de la guerra, a la que acompaña su dragón guardián del bosque sagrado. Entre los semitas occidentales es Anat la que desempeña el papel de diosa de la guerra, aunque esta vez en colaboración con su hermano Baal, a quién se supedita.