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Eclipse
Uno de los fenómenos de la naturaleza que más impresionaros a las gentes, desde los tiempos más remotos, fueron los eclipses de sol y de luna. Estos astros eran, por su luminosidad, representantes de los dioses más importantes, sino dioses mismos y, por su regularidad, agentes básicos del orden establecido en la naturaleza.
Su desaparición, debida a los eclipses, era motivo de desasosiego e incertidumbre para todos los que eran testigos del fenómeno. Muchos pueblos desarrollaron mitos que atribuían su desaparición a la presencia de dragones celestes malignos, como es el caso de los turcos y mogoles, en las que el dragón Alkha se come las luminarias del cielo.
La misma tradición en manos de los indios atribuye a otro dragón la desaparición de las luminarias celestes, decapitado por Vishnú para permitir que la desaparición no sea duradera.
Es posible que esta tradición haya influido en los árabes cuyos relatos míticos hablan también de un dragón que se traga las luminarias celestes. Este mito transmitido por los tratados astronómicos árabes es la razón por la que hoy en día se denomine ciclo draconítico al ciclo que recorre la intersección de los planos de las órbitas de la tierra y de la luna, en cuyos nodos se producen los eclipses.
En los mitos sumerios y acadios Nanna Suen, la luna, es atacada por los Udug ocasionando así los eclipses. Hay también dragones terrestres que tratan de cazar a la luna desde altas montañas como el de la leyenda filipina de Minokawa.
En una de las tradiciones africanas más antiguas y ricas, la de los yorubas, también aparecen fenómenos ligados a los eclipses. En este caso hacen mención a la fuerza creadora que se desata cuando el sol, Lisa, se encuentra con la luna, Mawu. Los siete primeros eclipses dan lugar a toda la humanidad.